6

NARRA BERENICE

Repacemos: Primero, me ayuda a juntar las cosas que se cayeron al suelo. Segundo, se disculpa. Tercero, me da la mañana libre de mañana y cuarto, se despide con un “hasta luego”.

No sé qué será lo que pase por su cabeza, pero si quiere empezar a cambiar me alegro por él.

Fui rápidamente hacia el maternal de Dante para recogerlo. Al parecer llegue un poco más temprano porque no había nadie afuera. Me senté a esperar en un banquito que había en el lugar y me puse a pensar como había cambiado mi vida en estos últimos tres años.

Cuando me mudé a Chicago, los primeros días fueron un infierno. Cuando recibí una de las peores noticias de mi vida, decidí dejar todo atrás y mudarme junto a mi hermana. No tenía el valor suficiente para seguir viviendo en Forks, y mucho menos vivir con el recuerdo presente de las personas que mas amé y que ya no estaban conmigo.

Había puesto en riesgo tanto mi salud como la de Dante. Estuve tan shockeada en ese momento, que no tomé consciencia en subirme a un avión con casi nueve meses de embarazo. Pudo haberme pasado cualquier cosa, pero gracias a alguien o algo no ocurrió nada y ambos estuvimos en perfecto estado; aunque el parto se adelantó y esa misma noche que me mudé a esta cuidad nació Dante en un perfecto estado de salud.

Fue él mi única luz en la oscuridad que transitaba mi vida.

Sentí que las puertas del jardín se abrieron y salía mi muy sonriente hijo.

—¡Mamita! —Exclamó y vino junto a mí a abrazarme.

—Cielo —dije correspondiendo su abrazo.

—Hola Berenice –—me saludó la vocecita de Fernando, el hijo de Jessica.

Tomé la mano de Dante y miré al otro pequeño.

—Hola Fernando. ¿Cómo estás?

—Muy bien —dijo mirando cómplice a Dante, estos dos iban a pedirme algo.

—Fernando aquí estas —Mike suspiró de alivio, él era padre de Fernando y marido de Jessica—. Hola Berenice, hola Dante —nos saludó a ambos y correspondimos a su saludo—. Vamos hijo, mamá nos espera en casa —tomó de la mano a su pequeño.

—Espera papi, tengo que pedirle algo a Berenice — le dijo y me miró—. ¿Puede venir Dante a dormir a mi casa?

Abrí los ojos sorprendida por la propuesta.

—¡Di que si mami! —exclamó mi hijo.

—Pero Dante, eres muy chiquito para ir a otra casa a dormir —intenté explicarle y él hizo un adorable puchero—. No me mires con esa carita —advertí.

—Por favor, Berenice —pidió ahora Fernando juntando sus dos palmas

—Berenice, no te preocupes que lo cuidaremos como si fuera nuestro propio hijo —agregó Mike mirando la escena divertido.

—Pero mañana tienes que volver aquí, tienen clases—suspiré mirando a mi pequeño, tratando imposiblemente que cambie de idea.

—Yo mismo los traigo con el auto Berenice, no te preocupes por ello. —Agregó Mike y una sonrisa aparecieron en las caras de los pequeños diablillos.

Solté un suspiro cansado y me di por vencida. No tenía nada de malo que quiera pasar tiempo con su amiguito.

—Está bien —dije finalmente y ambos se pusieron a saltar—. Pero… —agregué y sus caras borraron su sonrisa inmediatamente—. Te vienes conmigo, te cambias y preparamos tus cosas y te llevo para la casa de Jessica.

—¡Siiiiii! – exclamaron, negué con la cabeza divertida.

Nos despedimos y fuimos para nuestro hogar. Cuando llegamos ni Rosario ni Ernest habían vuelto a la casa. Bañe a Dante y le prepare la mochila con sus pertenencias para llevarlo a la casa de mi amiga Jessica. Me iba a costar muchísimo no poder dormir hoy con mi bebé, pero si él era feliz yendo un día con su mejor amigo, no tenía nada de malo que lo dejara ir.

Nos fuimos caminando hacia la casa de Fernando —por suerte no vivían a mas de cinco cuadras—, esa era otro motivo por el cual lo dejaba quedarse allí, si sucedía algo iba a estar cerca de mí.

Una vez que llegamos toqué el timbre y salió una sonriente Jessica junto a Fernando.

—¡Berenice, Dante! —nos saludó, correspondimos el saludo y yo me agaché a la altura de mi hijo.

—Pórtate bien, cualquier cosa me llamas y vengo por ti. A la hora que sea —le avisé y le di un beso en la frente—. Te quiero cielo.

—Y yo a ti mamita —contestó y me dio un abrazo.

Rápidamente fueron hacia adentro junto a Fernando.

—¡Vamos Berenice! —Jessica me miraba divertida—. Se queda una noche, no una semana.

Rodé los ojos.

—Nos vemos en la oficina Jess, cualquier cosa avísame —dije despidiéndome con un beso en la mejilla.

Regrese rápidamente a mi casa. Cuando llegue ya mi hermana y su esposo habían llegado.

—¡Hola Bellita! —Me saludo Ernest—. ¿Y Dante?

—Se quedó en la casa de Fernando —contesté cabizbaja.

—¿Cómo que mi sobrino se va a quedar en otra casa a dormir? —preguntó Rosario, ingresando hacia donde nos encontrábamos su esposo y yo.

—Quería quedarse junto a él, Rose —me justifiqué.

Se quedó quieta unos momentos y la sonrisa del gato de Alicia en el país de las Maravillas apareció en su rostro. Juro que me asustaba en lo que sea que podría estar pensando.

—Salgamos esta noche —propuso y yo fruncí el ceño

—Gracias, pero paso —respondí a la velocidad de la luz.

—¡Vamos Berenice! ¿Hace cuanto que no vamos a mover el cuerpecito?

—Hace mucho, pero sabes que no me gusta salir a esos lugares.

—Eres una aburrida —dijo cruzándose de brazos y pensé que había ganado… pero no fue así—. Dante está en casa de Jessica y mañana no trabajas a la mañana —dijo con una sonrisita de suficiencia.

—¿Cómo sabes? —pregunté confundida.

—Yo me entero de todo hermana —respondió y me acordé que le había mandado un mensaje de texto. M*****a la hora en que le cuento todo lo que pasa. Me agarró del brazo y me metió a mi habitación—. Tú ve a bañarte —ordenó y le hice caso sin rechistar, ya había ganado.

Cuando salí de darme una relajante ducha. Vi toda mi ropa esparcida encima de mi cama.

—¿Es que no tienes nada decente para ponerte? —preguntó, yo solo me encogí de hombros.

Salió de mi habitación y tras unos minutos volvió a entrar con un vestido en sus manos.

—Ni pienses que me voy a poner eso —avisé cruzándome de brazos.

—Cállate —dijo y me metió el trapo en mi cuerpo, sin siquiera que me dé cuenta—. Si que tenías curvas, no entiendo por qué escondes este cuerpo hermoso que tienes. Más de uno va a babear por ti —Yo me quedé seria en mi lugar, cerrando mis ojos—. Lo siento —dijo abrazándome.

—No te preocupes —Traté de restarle importancia.

—Berenice, tienes que continuar con tu vida. Tienes solo veintitrés años, eres muy joven y tienes derecho a divertirte —dijo mi hermana.

—Lo sé Rose, pero no puedo. No puedo olvidarlo —contesté quebrándome.

—No digo que tengas que olvidarlo. Solo rehacer tu vida. —Acarició mi mejilla—. Vuélvete a enamorar Berenice, sé feliz con alguien más.

—Lo tengo a Dante

—Sabes que eso no es suficiente. —Picó mi nariz—. Todos en algún momento necesitamos a alguien que nos ame y nos apoye. Nos tienes a tu familia, pero no es suficiente, hermana —concluyó abrazándome—. Anda vamos a terminar de prepararte.

Después de estar sentada por más de dos horas por fin estaba lista. Tenía puesto un vestido muy corto para mi gusto de color azul y unos bonitos zapatos negros de taco no muy alto. Las prendas eran preciosas y me quedaban bien pero no estaba acostumbrada a ponerme este tipo de vestimenta.

Mi cabello estaba suelto y delicadamente lacio, mis ojos estaban delineados de negro y en los párpados tenia sombra azul acentuando mi mirada.

Una vez que estuvimos los tres listos nos fuimos hacia una discoteca de “categoría” como dijo Ernest.

—Hazme acordar que te mate por haberme traído aquí —regañé a mi hermana cuando bajamos para entrar al boliche.

—Yo sé que me quieres —respondió con una sonrisa, la fulminé con la mirada.

El boliche se encontraba en uno de los lugares más caros de la cuidad, Boody Mary’s creí haber leído que se llamaba, aquí solo asistía gente de buena posición económica y bueno… nosotros. Había una fila interminable, quizás y con buena suerte estaríamos toda la noche para lograr entrar y se haría tarde y nos volveríamos enseguida para la casa.

Claro que hoy no era mi día de suerte ya que nos fuimos directamente hacia la puerta.

Un hombre grande y serio vio a Ernest y lo saludó con un cálido abrazo. Nos dejó pasar sin siquiera hacer fila.

—Esos son los favores cuando le das de comer gratis —murmuró mi cuñado bromista.

¡Maldita comida deliciosa de Ernest!

Ruido, ruido, ruido y más ruido, era todo lo que se escuchaba. El lugar estaba atestado de gente bailando y refregándose. ¿A quién se le ocurre venir un lunes a un boliche? Además de nosotros… claro.

Nos fuimos hacia la barra y comenzamos a pedir nuestros tragos. Yo solo tomaba gaseosa, por más que la mañana la tenía libre en el trabajo no quería abusar con la bebida.

Sentía una mirada fija en mi espalda, pero no lograba localizar de donde provenía.

Mi hermana estaba absolutamente loca. Cuando pusieron su canción favorita arrastró a Ernest —literalmente— hasta la pista y se pusieron a bailar enérgicamente. Yo, por mi parte me quedé sola sentada en la barra mirando como bailaban esos dos.

—¿Quieres un trago, preciosa? —dijo un hombre rubio y alto poniéndose en frente mío mirándome como algo comestible. ¡Puaj! Me dio mucha repugnancia.

—No gracias, ya tengo la mía —respondí gritándole por encima de la música con voz cortante, esperaba poder espantarlo.

—¿Por qué estás sola? —siguió preguntando. Rodé los ojos, ¿no veía que no quería saber nada con él?

—Estoy esperando a mis acompañantes. —Contesté secamente.

—Soy James —se presentó extendiendo una mano

—Que bueno —contesté sin estrecharle la mano, no quería ser maleducada pero si no actuaba así no me dejaría en paz. Él se hizo el disimulado y subió su mano extendida hasta la barra.

—¿No me dices el tuyo? —me preguntó mirándome fijamente. Rodé los ojos y sentí esa mirada nuevamente.

Cuando me gire para ver de dónde venía esa mirada casi me caigo de espaldas.

En una esquina mirando fijamente hacia donde estaba yo, estaba el hombre que jamás imaginé encontrarme en este lugar. Si faltaba algo era que él estuviese aquí.

¡Por dios qué vergüenza!

Lentamente se fue acercando hasta nosotros, hasta quedarse entre el medio del rubio y yo.

—¿Berenice? —preguntó escaneándome con la mirada.

Tierra trágame… ¡ahora!

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