5

Narra Emerson:

Odiaba que mis empleados estén en otro lugar que no sea el suyo, es por eso que se lo hice saber a Stanley.

Estaba hace más de una hora en mi oficina sin hacer algo en especial, y no era porque no tenía trabajo que hacer, sino porque solo mi mente no lograba concentrarse. La discusión que tuve ayer con Farrah me daba vueltas en la cabeza, quizás había sido injusto con ella, pero no me salía ser de otra forma. También reconocía que ella era muy importante en mi vida, desde que éramos pequeños la consideraba como la hermana que nunca tuve. Pero desde que decidí cambiar, los rastros del Emerson que fui desaparecieron.

Unos gritos hicieron que alejara los pensamientos de mi cabeza y fijé mi mirada hacia donde provenía el barullo. Me paré y fui directo hacia la puerta para ver que sucedía, pero la voz de mi secretaria hizo que me quedara con el picaporte en la mano sin abrir la puerta.

—¿Quién te crees que eres? Soy Nereida Esposito y nadie me prohíbe nada —dijo elevando el tono de voz con su molesto tono chillón. Rodé los ojos, sabía que no se iba a quedar de brazos cruzados.

—Por mi puede ser hasta el mismo presidente, pero yo cumplo órdenes de mi jefe y él no puede ni quiere recibir a nadie —contestó mi secretaria con voz profesional.

—Que mal educada, esto Eme lo va a saber —volvió a decir chillando. Apreté los labios, odiaba ese maldito apodo.

Se escuchó un ruido muy fuerte y giré el picaporte dispuesto a salir y terminar con este escándalo.

—¿Pero qué hace? —Preguntó Berenice—. Ahora lo va a juntar usted —agregó enojada y me la imaginé con el ceño fruncido.

—Es usted la empleaducha y algún día voy a ser la ama y señora de este lugar. Que no te quepan dudas simplona que lo primero que haré será despedirte —contestó Nereida con aires de suficiencia.

¡JÁ, claro!

Eso fue lo que colmó mi paciencia, ella no era quien para venir a rebajar a mis empleados y mucho menos a Berenice y para colmo creerse la próxima dueña de todo, antes muerto.

—¿Qué haces aquí Nereida? Creí haberte dejado claro que no quería saber nada más de ti —le dije con cara seria y voz dura.

—Eme, tu secretaria me trato mal. ¡Despídela! —Tuvo el atrevimiento de decirme

—Escuché todo e Berenice nunca te falto el respeto, ella está cumpliendo las órdenes que le doy y tú no eres nadie para decirme que hacer —escupí furioso.

—¿Qué no soy nadie? No puedo creerlo. ¿Te pones a favor de una simplona como ella? —no iba a dejar que la trate así y se lo hice saber.

—No voy a permitir que le faltes el respeto. Ahora junta todo lo que tiraste —ordené entre dientes.

—No pienso juntarlo, me la vas a pagar Emerson. Luego de la noche tan placentera que te di —dijo poniéndose de forma tal que su falso escote salte a mi vista.

Como si fuera que esa noche fue buena. ¡Lo único que quería era borrarla de mi memoria!

—De placentera no tuvo nada. —Contesté sin inmutarme.

Me pareció ver que Berenice se apretaba los labios para evitar reírse. Nereida largó un gruñido de frustración y se fue, no sin antes patear aún más los lápices que había tirado.

Esta escena de verdad que daba gracia. Solo rodé los ojos y sin darme cuenta sonreí un poco, Berenice me miraba fijamente a los ojos y le devolví la mirada, pero luego apartó sus ojos de los míos.

Vi cómo se levantó de su lugar y se arrodilló en el suelo para juntar lo que había tirado Nereida en éste. Me pareció injusto que ella tenga que limpiar los desórdenes que otro hizo y cuando me quise dar cuenta ya estaba arrodillado junto a ella pasándole los lápices que faltaban. Mirando su perfil, nuevamente note lo bonita que era Berenice, su nariz era hermosa, perfecta, y sus pómulos altos y orgullosos, rasgos que me parecían bellísimos, sin embargo, desvié rápidamente la vista antes de que notara que la estaba mirando.

Berenice al percatarse de mi gesto se quedó atónita y con una mueca graciosa en su rostro, yo solo me encogí de hombros; como no agarró lo que le pasé, coloqué yo mismo los lápices en el lapicero.

—Lamento la escena —me disculpé sinceramente y me levanté del suelo sacudiendo mis rodillas.

Entré a mi despacho confundido, muy confundido.

Pasé mis manos por mi cabello varias veces. ¿Qué me paso allí afuera? Sabía que había actuado correctamente porque Berenice no tenía por qué ser maltratada por nadie, pero… ¿qué me llevó a hacer lo que hice? Yo jamás era amable con mis empleados y mucho menos me disculpaba, ni hablar de defenderlos.

Hubo algo que me incitó a que me comporte como humano al menos una vez, fuera de mi hogar.

Mi cabeza estaba hecha un lío y necesitaba despejarme. Tomé mi teléfono celular y marqué el número de uno de mis “amigos” si es que se lo podía llamar así.

—¿James? —pregunté.

—Emerson, amigo. ¿Cómo estás? —respondió.

—Bien, necesito que salgamos —fui al grano.

—Claro, volvemos a las andadas amigo. ¿Hoy por la noche?

—Sí, cuanto antes mejor.

—Muy bien nos vemos en el mismo lugar de siempre a la misma hora.

—Hasta entonces —respondí y colgué.

James era uno de las únicas personas con la que mantenía una relación cordial. No era mi amigo, ni tampoco quería que lo fuera, pero era mi compañero de salidas. Cuando sentía que mi cabeza estallaría lo llamaba y arreglábamos para salir.

Como hoy, por ejemplo.

—¿Necesita algo, señor Harker? —preguntó mi secretaria Berenice una vez que entró a mi oficina.

—Cancela todas las reuniones de mañana a la mañana. No voy a venir hasta la tarde —le avisé mirándola, ella asintió.

—Muy bien —contestó y creí haber visto rubor en sus mejillas. ¿Sería que lo causé por mi mirada?

¿Hace cuanto no veía a una mujer ruborizarse de manera natural?

—Si lo deseas puedes tomarte la mañana libre también, no voy a necesitarte —ofrecí. Una hermosa sonrisa apareció en su rostro.

Esperen un momento… ¿hermosa sonrisa?

—Gracias, señor Harker —agradeció y me pareció que tenía ganas hasta de abrazarme por su felicidad.

Reí internamente. ¿Qué se sentiría un abrazo de ella? Se notaba que era una persona muy dulce y cariñosa. Me golpeé mentalmente, de verdad que mi cabeza necesitaba despejarse.

—Muy bien hasta mañana por la tarde. —Dije saludándola, el reloj marcaba las cinco de la tarde y era el horario en que terminaba el día laboral.

Ahí estaba ese gesto atónito otra vez. ¿Ahora que había dicho?

Sacudió su cabeza a ambos lados y me dedicó una linda sonrisa y se fue, dejándome solo en mi oficina como era costumbre.

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