2

NARRA EMERSON

Gloriosa, envidiable, llena de lujos y demás. Así describían muchos mi vida, pero no tenían ni la más pálida idea de cómo verdaderamente era.

Era el dueño de una de las empresas hoteleras más grandes del mundo. Era multimillonario y tenía todo lo que quisiera.

¿Pero de qué sirve tener tanto dinero cuando no lo puedes gastar con nadie?

Era un hombre muy solitario. Solo tenía a mi prima Alice y a mis tíos como familiares más cercanos y la relación que teníamos no era muy estrecha, yo me cerraba en mi mundo y no dejaba que nadie ingresara.

Era imposible sobrepasar mi coraza.

Mis padres fallecieron cuando el crucero en el que viajaban se hundió sin dar oportunidad a que se salvaran. Es por eso que yo con tan solo veintidós años tuve que hacerme cargo de la empresa familiar. Si bien no era tan joven —al menos ya había cumplido la mayoría de la edad— tuve que aprender todo el manejo rápidamente. Por suerte tenía a mi mano derecha y única amiga, Sue. Fue ella quien me ayudo a mantener la empresa en pie.

Sabía que tenía fama de ser el “hombre de hielo”, pero la verdad es que la muerte de mis padres junto a los problemas que vinieron después, hizo que me vuelva una piedra, sintiéndome enojado con la vida misma y despreciando a todas las personas felices que estuviesen a mí alrededor. Mi prima Alice me decía que era un mecanismo de defensa que tenía para camuflar mi dolor, pero la verdad era que ni yo mismo sabía por qué me comportaba de esa manera.

Los primeros años fueron un gran desafío. La empresa tuvo muchas pérdidas, pero con el tiempo me perfeccioné en el trabajo hasta ser un as en los negocios, como lo soy ahora a mis veintiocho años.

Todos mis empleados en la empresa me temían, cuando pasaba delante de ellos bajaban la cabeza y no se escuchaba ningún sonido. Esa era la imagen que quería que tuviesen de mí, así ninguno iba a tratar de sobrepasarse y me iban a obedecer sea en lo que sea.

Desde que comencé a trabajar, tuve muchísimas secretarias. Claro que ninguna había durado más de tres meses. Todas buscaban seducirme para tener acceso a una vida de lujo y convertirse en la Señora Harker. ¡Qué ilusas!

Yo no era fácil de engañar y las terminaba despidiendo luego de pasar unas divertidas noches, alimentando sus esperanzas y luego dejándolas sin trabajo. Sabía que eso estaba mal, pero ellas mismas se lo buscaban usándome. Con el pasar de los años aprendí que todas las mujeres son iguales y solo quieren de mí mi dinero y el prestigio de ser la esposa de uno de los hombres más ricos del mundo.

Luego de contratar a mi actual secretaria —la cual ya hace dos años que está trabajando conmigo—, la odisea de buscar secretarias cada semana había terminado. Ella era distinta a todas las otras, era eficiente y se preocupaba por su trabajo, se notaba que no estaba interesada en mí, y eso era lo que más me agradaba y ayudaba a mantenerse con el empleo. Al principio pensé que iba a ser como todas las otras, pero me confundí. Era una gran profesional y sabía lo que hacía. Además, aguantaba todas mis órdenes sin rechistar y nuestro trato era estrictamente profesional. No me podía quejar de ella.

Siempre había una excepción, decían por ahí.

—¡Vaya! Estoy asombrado, las ocho en punto. Veo que entendió Berenice —le dije a mi secretaria con el mismo tono de voz dura que siempre usaba con mis empleados.

—¿Vamos a realizar el discurso ahora? —respondió en un murmullo.

—Claro, vamos a mi oficina. —Ordené, dirigiéndome hacia el lugar.

Estuvimos más de dos horas tratando de hacer un discurso presentable. Había prestado atención a los gestos que Berenice hacía, si bien sabía que era una mujer atractiva ella no se dejaba ver. Usaba la ropa más grande de lo que en realidad tendría que usar y su cabello tirante en una coleta. Pero ella no era mi tipo y jamás intentaría seducirla, no iba a poner en juego a la mejor secretaria que haya tenido.

—¿Le gusto como quedó? —preguntó cautelosa.

—Podría ser mejor, pero… ¿qué más da? —le dije y vi como ella soltó un suspiro frunciendo el ceño. La verdad es que había hecho un excelente trabajo, pero no la halagaría; para eso le pagaba—. Puedes retirarte, avísame cuando llegue Eleazar.

—Como usted ordene, señor Harker —mordió su labio fuertemente y se marchó, sabía que en su cabeza me estaría enviando fusiles para acribillarme; ese pensamiento me causó gracia.

A veces hasta yo mismo me odiaba por tratar a las personas de una manera cruel y autoritaria, pero no iba a dejar que me engañen nuevamente.

En los últimos días que mi padre estuvo vivo, se dio cuenta que su mejor amigo lo traicionó y le había sacado un montón de dinero de su cuenta. Es por eso que aprendí que no tienes que confiar en nadie, ni siquiera en las personas que más quieres. Lastimosamente la ambición del hombre es mayor al cariño que se le tiene a otro y cuando se trata de una familia con dinero, eso se nota aún más.

Eran realmente escazas las personas en quienes podía confiar, realmente escasas, no me agradaba tener que tratar con otros seres humanos, pues el recordatorio de que cualquiera podría intentar traicionarme estaba siempre presente. No me dejaba de nadie, no me interesaba crear lazos ni nada por el estilo.

Mirando a mi asiste, a veces me nacía el deseo de preguntarle sobre su vida, en realidad no sabia nada de ella a pesar de que muchas veces pasaba mas tiempo con ella que con otras personas, pero no me permitía nunca indagar mas de la cuenta y rebasar el limite meramente profesional que teníamos. Era bonita, una cara hermosa llena de seriedad que nunca me miraba, lo cual en ocasiones lograba intrigarme, quizás algún día, le pregunte algo mas que por solo los pendientes de esta oficina.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo