NARRA BERENICE
—¡Uff! —Pasé mi mano por mi frente—. No me imaginé que fuese tan agotador —agregué, terminando de preparar las mesas—. Tú no hagas fuerza —ordené a mi hermana, señalándola con el dedo índice.
—No seas exagerada, Berenice —dijo poniendo los vasos que faltaban.
—¿Ya van a venid, mami? —preguntó Dante, estaba impaciente desde que se levantó.
—Si cielo ya no falta mucho —acaricié sus cabellos—. Ve a ayudar al tío Ernest, pásale los globos —indiqué al ver como mi cuñado luchaba con ellos.
Hoy nos habíamos levantado tempranísimo, casi a la madrugada. Teníamos muchas cosas que hacer: dejar listo el salón, decorarlo completamente, terminar de hacer la comida y, además, vestirnos para la ocasión; imaginé que iba a ser cansador pero tampoco tanto.
Habíamos invitado a todos los compañeritos del maternal de Dante y ellos vendrían con sus padres, eran muy chiquitos para que se quedaran solos. Además, para mantener a los niños entretenidos había contratado a dos animadores y un lindo