Siento que la presión arterial se me baja en el momento en que vemos que dos autos nos encierran. Mi corazón late con fuerza y mi mente se llena de pensamientos de pánico.
—Vamos a morir —dice Alisa, su voz llena de desesperación.
Me vuelvo hacia ella y veo el miedo en sus ojos.
—No digas eso —le respondo, tratando de mantener la calma—. Tenemos que tener fe.
Alisa me mira con una expresión de duda y lágrimas en los ojos.
—¿Cómo vas a estar tan segura? —pregunta.
—Porque no podemos rendirnos —le respondo, apretando los dientes—. Vamos a luchar por nuestras vidas.
En ese momento, el conductor hace una maniobra brusca, y el auto se desvía hacia un lado. Los niños gritan de miedo, y Alisa se aferra a mí con fuerza.
—Agárrate —grita el conductor—. Vamos a intentar perderlos.
El auto acelera, y nos lanzamos a una persecución desenfrenada por las calles de la ciudad. Mi corazón late con fuerza, y mi mente está llena de pensamientos de pánico. Pero sé que no puedo rendirme. Tengo que luchar