MILA
Me encuentro en un estado de asombro, con la vista fija en el vasto mar que se extiende ante mí. La isla en la que hemos llegado esta mañana es un lugar paradisíaco, con aguas cristalinas y una arena blanca que parece brillar bajo el sol. Mientras mis hijos duermen, no puedo dejar de contemplar la belleza del mar, sintiendo una sensación de paz y tranquilidad que no había experimentado en mucho tiempo.
La noticia de que pasaríamos un par de días juntos había sido una sorpresa para mí, pero no había dudado en aceptar la oferta de Maximiliano.
Llega y me abraza, besándome suavemente el hombro. Sonrío, sintiendo su calor y su cercanía.
—¿En qué piensas? —me pregunta, su voz baja y suave.
—El mar es demasiado hermoso —respondo, sin dejar de mirar el horizonte.
—Nunca lo habías conocido antes, ¿verdad? —dice, sonriendo.
—No, es la primera vez —admito.
Maximiliano me mira, con una sonrisa pícara.
—¿Por qué no te vas a bañar? —sugiere.
Me río, sintiendo un poco de vergüenza.
—No traje v