SOL:
Todavía no puedo creer lo que mis padres me hacen. Se mantuvieron siempre a mi lado jugando, o enseñándome cosas, porque debido a mi enfermedad que nos hacía viajar siempre, no he ido a la escuela, ni tengo amigos. Solo ellos existen en mi vida, y aunque no niego haber extrañado lo que otros jóvenes han tenido, al menos los tengo a ellos que me adoran.
Me miré en el reflejo de la ventana, noté que la vista no era suficiente para verme correctamente. Era absurdo que en todo el cuarto no hubiera un espejo. Papá entró en ese preciso momento y se quedó serio, contemplándome. —Estás preciosa —dijo, como si las palabras le costaran trabajo. Montamos en un auto, que conduce mi padre personalmente. Mientras, mamá y yo, vamos en el asiento posterior, como si realmente fuéramos para una boda, me sonrío ante la analogía que creo en mi mente. Mis padres realmente consideran que esta vez me curaré, por eso están tan felices, me digo y me regocijo también, pensando que al fin podré llevar una vida normal, y hacer algo por ellos. Llegamos a un viejo castillo, algo derruido, pero está iluminado. Papá se detiene delante de la entrada principal, hay unos pocos escalones que debemos de subir. Lo hago del brazo de papá, con mamá a mi lado emocionada. —No parece un hospital, papá —, murmuro por lo bajo. —Pero, hija, te aseguro que, a partir de hoy, no sufrirás más —, me contesta de la misma manera. Seguimos avanzando por un pasillo iluminado con candelabros. Nos cruzamos con diferentes personas vestidas elegantemente como nosotros, más parece que vamos a un baile. Todos, sin excepción, nos saludan inclinando la cabeza, y me parece como si me olfatearan. Desembocamos en una amplia estancia. Al final de la misma, de espaldas a nosotros, frente a una chimenea, existe un sillón de respaldar alto, que no deja ver quien está sentado en ella. Nos detenemos a cuatro pasos de él; un hombre que se mantenía en la esquina y al que había tomado por una estatua, por lo pálido que es, se adelanta, se inclina y dice algo en un lenguaje que no entiendo, al de la silla. Luego se gira para nosotros y nos hace una señal de que lo sigamos. —¿Mamá? — la llamo, algo asustada, ella me sonríe, se adelanta y me toma la mano. El personaje que nos guía, y el cual más que caminar parece que levita. Nos lleva por un largo pasillo, no tan iluminado como el primero. Abre una puerta y nos invita a pasar, es una habitación con una gran cama matrimonial. —Esperen aquí, el señor los atenderá en un momento —dice con una voz gélida, me mira a los ojos, se acerca a papá y le dice algo, este asiente. Luego se marcha silenciosamente. —Sol —me llama papá, haciendo que deje de pensar en que el sujeto no hace ruidos al caminar— quítate los lentes. —¿Para qué, papá? Tengo los ojos rojos — le indico, precisamente los uso para que la gente no se asuste, —Te van a examinar, hija —, es mamá la que contesta. —El doctor necesita ver el color de tus verdaderos ojos. Hago lo que me piden, tiene lógica. Los coloco en la mesita al lado de la cama, donde me siento. Es muy cómoda y mullida, sin saber cómo ni cuándo. Me acuesto en ella, quedándome profundamente dormida. El frío en mi espalda me despierta, escucho voces a mi alrededor en un lenguaje que no conozco. Discuten entre ellos, vehemente. Siento como me tocan, me pinchan con algo que duele. Sin embargo, estoy paralizada, no puedo moverme. Aunque recobro por completo mi conciencia, me percato que estoy tendida en una mesa metálica como los hospitales, siendo estudiada, o eso creo. Por las voces que escucho de un manojo de viejos, que no se cansan de extraerme sangre, pinchándome con sus uñas, me parece y se lo llevan a su boca, probándola, por el sonido que escucho del paladar. Lucho con todas mis fuerzas por abrir mis ojos, y moverme, pero no pasa nada. Las voces continúan, hasta que se hace un silencio sepulcral. Y es entonces cuando me aterro, al escuchar a papá, hablando en latín, el cual si comprendo a la perfección. Por estudiarlo a escondidas de ellos, por un libro que compré en uno de nuestros viajes, al averiguar que ese era el idioma que hablaban entre ellos, cuando no querían que supiera lo que decían. —Por menos de tres billones no la vendo —dice airadamente— me costó más que eso hacerme de ella, y mantenerla oculta todo este tiempo hasta el día de hoy. —En oro —escucho también a mamá— ella vale mucho más que eso.“¿Qué demonios es lo que pasa? ¿A quién están vendiendo? ¿No, que veníamos a un doctor? Me concentro, al escuchar gritar a mi padre.”
—¡Cada gota de sangre de Sol, vale un millón mínimo! — Anuncia a todo dar, como si no estuviera hablando de mí.
—¡Nos prometieron que se casaría con el heredero! —Grita mamá enfurecida. — ¡Nosotros cumplimos, la criamos y la trajimos hasta aquí! ¡La hemos llevado a todos los lugares que nos pidieron durante estos veintiún años! ¡Es hora de que cumplan ustedes! —Sí —continúa papá— todo este tiempo la mantuvimos segura, para que él no la encuentre. Ahora es el momento de pagar, saben que si se la entregamos a él, todos estarán en grave peligro. De lo contrario, si nadie puede pagar por ella completa, podemos venderla gota a gota.“¿Qué es lo que está pasando? ¿No son mis padres? ¿Por qué hablan de venderme gota a gota? ¿Eso quiere decir que me asesinarán?”
Lucho y lucho tratando de moverme, pero no sucede nada. Estoy aterrada, muy aterrada, siento como la temperatura me sube, la cabeza me late del enorme dolor que experimento, y un líquido caliente empieza a rodar de mi nariz. Unos chillidos, no humanos, hacen que mis oídos duelan.
De a poco abro mis ojos, contemplo una enorme batalla de animales negros voladores. Todos al parecer, queriendo venir hacia mí. Papá y mamá, también tienen enormes alas negras como la de los murciélagos en su espalda, y luchan junto a otros, no dejando que nadie se me acerque. Esto debe ser una horrible pesadilla, me digo. De pronto, de la nada, aparece el hombre más bello que he visto en mi vida, sonríe encantadoramente encima de mi rostro, me toma en sus brazos, y desaparece conmigo.