PERDÓNAME

—Debiste decírmelo. No me habría importado dejarlo todo por ti.

No solo me sentí destrozada y humillada, también demasiado avergonzada como para seguir presenciado esa escena de reconciliación. Así que en silenció tanteé la cerradura de la puerta detrás de mí.

Giré la perilla, ansiosa por salir corriendo de allí. Pero cuando los goznes de la puerta rechinaron al abrirse, el señor Riva al fin volteó a verme.

—No se te ocurra irte —me advirtió alejando la mano del rostro de Isabela—. No te traje hasta aquí para que te fueras.

Entre lágrimas retenidas y dolor, le sostuve la mirada como pude. Y con las manos detrás de mí, apreté la perrilla, con la puerta ya entreabierta.

—¿Qué clase de hombre es usted, señor? —inquirí en un fino hilo de voz—. ¿Le complace verme sufrir, mientras me obliga a presenciar su reconciliación con la mujer que siempre amó? Por una vez, piense en mí como humana.

Isabela sonrió levemente, disfrutando verme rota, verme perder ante ella. Pero el señor Riva fru
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