—Y no creas que no te considero humana, de hecho, he aprendido a pensar primero en ti antes que en nadie más —me dijo quitando mi mano de la perrilla.
Contuve en aliento, analizando su expresión tranquila y sus palabras. Aun no podía creer que le estuviese dando la espalda a la mujer que había amado por más de 15 años y, más que nada, elegirme a mí.
—Mi señor...
—¡No lo llames así, zorra barata! —exclamó Isabela, levantándose del suelo y limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano—. Él no es nada tuyo, basura. Basura, así solía llamarte el viejo Fabián, ¿verdad? Te va muy bien.
Ella comenzó a acercarse, pero el señor Riva se interpuso entre ambas. Me colocó en su espalda, a resguardo.
—Basta, Isabela —le dijo con frialdad, obligándola a detenerse a un metro de nosotros—. Te advertí que no volvieras a dirigirte a ella...
—¿Crees que yo soy la única mentirosa en esta habitación, cariño? —soltó una risita dolida, mirando al hombre a quién aun amaba—. Esta zorra del burdel