LAS AMISTADES MUEREN

Durante la mañana, después que desperté de otra siesta, la enfermera volvió a traer a mis hijos. Como la primera vez, me sentí tan feliz y emocionada de tenerlos de nuevo en mis brazos. Los cargué a ambos y besé sus suaves mejillas; olían muy bien.

Y mientras yo los alimentaba y tenía un buen momento con ellos, Gabriel supervisó el cambio de incubadoras a la habitación; donde podría verlos todo el tiempo. También su secretaria trajo muchas cosas que yo había dejado listas en casa para el momento del parto; como pañales, biberones, sabanas, cambios de ropa para mí y mis bebés.

—¿Has pensado en nombres? —me preguntó sentándose en la cama, luego de que los últimos empleados terminaran de instalar todo.

Con cuidado, le entregué a nuestro hijo, luego negué con una sonrisa y besé a mi hija.

—No, aun no. Pero me vienen a la cabeza muchos nombres.

Gabriel miró a su hijo, el cual era tan pequeño que casi cabía en la palma de su mano. Le sonrió amorosamente, tan deslumbrado por ellos como
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