El silencio quedó roto solo por sus respiraciones. Maelik lo cubrió de besos torpes, mientras Raven intentaba reprimir el llanto. El alfa, sin darse cuenta, acababa de marcarlo… y no había vuelta atrás.
Raven jadeaba, con los labios entreabiertos, los ojos vidriosos, el cuerpo arqueándose bajo cada embestida.
—Maelik… ya no… —suplicó con un hilo de voz, temblando entero—. No puedo más…
Pero el alfa lo sostenía con fiereza, mordiendo su cuello, marcado nuevamente para apasigüar el dolor, invadiéndolo sin descanso. El nudo parecía estar cediendo.
—Tu cuerpo dice otra cosa… —gruñó contra su oído oliendo más su aroma, impregnandose, hundiéndose más—. Me aprieta, me reclama. Me succiona.
Raven soltó un grito ahogado cuando sintió cómo dentro de él algo se expandía aún más.
—¡Mierda…! —jadeó, con lágrimas escurriendo por las sienes—. ¡Se está… haciendo más grande! ¡Deja de decir más estupideces y sácalo!
Maelik lo apretó contra el colchón, los músculos tensos, los colmillos rozando su