El salón de juntas de Empresas De la Vega parecía más frío que nunca. Los ventanales que normalmente dejaban entrar la luz del sol ahora solo reflejaban nubes grises, como si el clima mismo presagiara la tormenta que estaba por desatarse. Mariana observaba desde su asiento cómo la familia De la Vega entraba uno a uno, con rostros tensos y miradas que evitaban cruzarse con la de Alejandro.
Doña Mercedes, la matriarca, fue la última en entrar. Su elegante traje azul marino contrastaba con la palidez de su rostro. Se sentó a la cabeza opuesta de la mesa, directamente frente a su hijo, y colocó sus manos perfectamente manicuradas sobre la superficie de caoba.
—Has convertido el apellido De la Vega en un circo mediático —fueron sus primeras palabras, pronunciadas con una frialdad que hizo que Mariana sintiera un escalofrío—. Décadas construyendo una reputación impecable para que tú la destruyas con un matrimonio improvisado.
Alejandro no se inmutó. Mantuvo su postura erguida, con la mandíb