CAPÍTULO 8. Besos con sabor a culpa.
En el momento en que ella iba a mentir para responderle que le gustaba, que era muy bonito, vio un moretón sobre el pecho de su esposo y tragó con amargura. Era la primera vez que veía algo parecido, así que agachó la cabeza y, con voz apenas audible, respondió:
—No me gusta, incluso ni me sirve. Puedes regalarlo si deseas —lo dejó sobre la cama y salió al pequeño balcón, respirando con dificultad para no dejar salir un par de lágrimas que amenazaban con brotar de sus ojos.
Él, tras ver su actitud, tomó el vestido en la mano y, después de observarlo, se observó a sí mismo, entendiendo sus razones. Así que salió detrás de ella utilizando únicamente la toalla.
—Me gusta verte rabiar de celos —la abrazó por la espalda—. Pero esto que tengo en el pecho no es lo que piensas, amor. Fue un golpe que me di con un novillo cuando lo subí al camión del ganado.
Ella se sintió tonta, y se recriminó mentalmente por malpensar de su esposo, cuando la que ha actuado como esposa infiel ha sido ella al