CAPÍTULO 64. Ni vivo, ni muerto.
—Esas mujeres no son nada, deberían hacerse sus propias cosas —habló consigo misma, y algo que también la tenía indignada fue que el muchacho llamado Ramón, el mozo de cuadra, no había ido a buscarla como pensó. Aunque se lo prohibió, llegó a creer que, al ser un chico que no había conocido a otra mujer más que a ella, querría verla desesperado por su próximo encuentro. Sin embargo, el que él no fuera hacia ella le hacía creer que no significó nada para él.
El encuentro con ese chico le había gustado mucho, tanto que quería repetirlo, y se dispuso a ir por él, dejando la ropa tirada en el área del lavadero.
Lo encontró en el campo abierto, limpiando las pezuñas de una yegua que Miguel pidió tratar con sumo cuidado porque era su única yegua de pura raza para apareamiento.
—Muchacho, eres muy obediente —le dijo, ocultando su molestia. Y aunque se acordaba de su nombre, prefería llamarlo por un sustantivo que nombrarlo, para que no haya intimidad entre ellos, porque según ella, no se ena