Capítulo 84. Una tregua con Mía.
Amy Espinoza
El tono de Mía fue un latigazo que cortó de golpe la burbuja de tensión entre Maximiliano y yo.
Su vocecita, normalmente dulce, sonaba ahora firme y vibrante, casi como un reclamo adulto.
—¡Llévenme! —repitió, apretando los puños y frunciendo el ceño, con la frente perlada de una obstinación que me resultaba tan familiar como inquietante, porque se parecía mucho a la expresión de Maximiliano.
Era la primera vez que mi tierna hija levantaba la voz así.
Yo, que había pasado el día con el corazón hecho un ovillo por la notificación de Adrián, sentí que ese pequeño estallido de rebeldía me desarmaba más que cualquier amenaza legal.
Me agaché a su altura, tratando de que mi voz no sonara con la misma tensión que me recorría el cuerpo.
—Mía, princesa… —empecé, con suavidad—. Esta es una fiesta de adultos. Habrá mucha gente, música alta, no es un sitio adecuado para una niña de cuatro años.
Ella entrecerró los ojos y cruzó los brazos, implacable.
—Pero yo quiero ver la fiesta. —