Capítulo 64. Entre susurros y decisiones.
Maximiliano Delacroix
El sol ya se había trepado al cielo cuando abrí los ojos por segunda vez. La luz de la mañana entraba franca, sin pedir permiso, pintando la habitación con un dorado casi insolente.
Amy, Mía y yo, entre risas, bromas y el calor que nos envolvía, terminamos cayendo otra vez en un sueño manso.
Ellas seguían allí, la luz delineando las siluetas de las dos personas que dormían a mi lado.
Amy, con el cabello revuelto en un desorden perfecto, respiraba acompasada. Mía, en medio de los dos, mantenía una mano diminuta aferrada a mi pecho como si temiera que me desvaneciera, parecía una fotografía que ningún artista sabría reproducir.
Me quedé quieto, dejando que ese cuadro se grabara en mi memoria.
La casa entera parecía contener la respiración. Ni un murmullo del personal, ni el ruido de poda de los jardines. Solo el leve roce de las sábanas y el latido acompasado de quienes dormían a mi lado.
Y, sin embargo, en mi pecho, nada estaba en calma.
Porque mientras observaba