Capítulo 54. Retractarse.
Amy Espinoza
Cuando salí de mi habitación, después de recomponerme como pude, encontré a Mía en el comedor, revoloteando con la energía de siempre. La niñera trataba de calmarla, pero mi hija nunca había sabido caminar: siempre corría, saltaba, reía. Esa inocencia suya era mi única ancla.
Y allí estaba él, sentado en la cabecera, como si la escena de su despacho no hubiera ocurrido jamás. Impecable, sereno, con una taza de café en la mano. El contraste entre su tranquilidad y el caos que me había dejado dentro me hirió aún más.
—Mami, ¡ven! —gritó Mía, corriendo hacia mí con sus trenzas rebotando—. Max tiene algo que decirme, ¿verdad que sí?
Me quedé helada. Lo miré de golpe, intentando descifrar qué tramaba ahora. Él me sostuvo la mirada un segundo, y luego giró hacia la niña. Sus ojos ya no eran grises; brillaban con un matiz azul, como si pudiera cambiar de color según a quién tenía delante.
—Sí, Mía. Tengo una noticia para ti —dijo con calma, dejando la taza sobre la mesa.
La niña