Capítulo 48. Acuerdo sellado.
Maximiliano Delacroix
El sonido de las teclas retumbó bajo ella cuando la alcé. Fue un estallido de acordes torpes, casi un insulto a ese piano majestuoso… pero para mí sonó como la música más hermosa. Porque era el eco de su cuerpo entregándose, aunque todavía peleara con su mente.
La observé un instante. Sentada sobre el piano, con el cabello revuelto, los labios hinchados por mis besos y los ojos ardiendo de confusión y deseo. Nunca había visto nada más bello. Ni un contrato millonario, ni una victoria en la mesa de negociaciones, me había dado jamás esa sensación de triunfo.
—Mírate… —susurré, apenas rozando su cuello con mis labios—. Y todavía tienes el descaro de decirme que no puedes.
Ella me empujó débilmente, pero sus manos no querían soltarme. Y eso me arrancó una sonrisa feroz.
—Tu cuerpo habla más claro que tus palabras, Amy.
Volví a besarla, lento al principio, y luego más profundo, como si quisiera, arrancarle de una vez por todas la duda que aún la atenazaba. Su gemido