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Capítulo 43. El mundo tendría que verlo.

Amy Espinoza

No volví a salir de la habitación.

No podía.

Me encerré como si aquella puerta fuera mi último refugio, aunque supiera que no había cerrojo capaz de detener a Maximiliano si decidía venir. No vino. En lugar de eso, alguien tocó y, al abrir apenas un resquicio, encontré una mucama con una bandeja en la mano, donde me trajo la cena.

Suspiré con una mezcla de alivio y rabia.

Alivio, porque al menos había respetado mi espacio. Rabia, porque… ¿Quién lo mandaba a hacer esas proposiciones locas? ¿Casarme con él? ¿Después de todo lo que había pasado?

Me senté frente al plato y comí a desgana. La comida estaba deliciosa, pero en mi boca sabía a cenizas. Cada bocado me recordaba su voz, su beso, y mi propia cobardía al huir.

Mientras masticaba, un pensamiento se me clavó como una espina: quizás era yo la que estaba mal. Porque lo que más me dolía no era que me lo hubiera pedido, sino que, por un instante, yo había querido decir que sí.

Me empujé el plato con brusquedad, harta de mí
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