Capítulo 41. La verdadera locura.
Amy Espinoza
Me quedé muda por un instante, con la rabia bullendo en mi interior. Sentía la piel erizada, como si cada palabra suya fuera un desafío imposible de esquivar.
—¿Esto es lo que crees que somos? —susurré, con un nudo en la garganta—. ¿Una guerra?
Él no vaciló ni un segundo.
—Eso depende de ti. —Su voz se suavizó apenas, con una cadencia peligrosa—. Porque en vez de guerra, podemos ser, solo, amor.
El contraste me desarmó. Me llevé una mano al rostro, desesperada. Sentía que jugaba con ventaja en todos los frentes, como si tuviera un ejército invisible respaldándolo, mientras yo apenas contaba con mi orgullo herido.
Quería decirle que estaba equivocado, que entre nosotros no había espacio para el amor, solo para el caos. Pero entonces la voz de Mía irrumpió como un rayo de luz.
—¡Mami! —corrió hacia mí con las trenzas volando y los ojos brillantes como luciérnagas—. Allí está un señor, es el maestro que me va a enseñar a montar. ¿Puedo, mami? ¿Puedo?
Mi corazón dio un vuelco