Capítulo 252. Lo que duele no es siempre una bala.
Pandora
Me había despertado luego de dormir una siesta. Y luego Edric, me había dejado en la sala contigua a su oficina. Era un espacio pequeño, frío, con un televisor grande encendido en la pared y olor a café viejo.
Él estaba a unos metros, sentado frente al escritorio, revisando carpetas y la computadora como si de eso dependiera respirar.
Yo lo miraba de reojo. Llevaba horas, sin hablarme, sin mirarme, solo trabajando.
No sabía si me protegía… o si me evitaba.
Yo estaba sentada en un sillón firme, con los codos sobre las rodillas y las manos entrelazadas.
No podía quedarme quieta. Sentía la piel tirante, como si algo me apretara el pecho desde dentro.
Pero no era solo por el encierro. Era por lo que había escuchado antes.
A veces una bala mata, pero había frases que eran más dolorosas. Y la frase que escuché afuera, me había dejado con un hueco que no sabía cómo cerrar.
“No, ella no me gusta. Si la protejo es porque es la única testigo que nos sirve y la necesitamos viva”.
Las