Capítulo 141. No quiero tu libertad.
Amy Espinoza
Después de entender eso, por segundos me quedé mirando su cuerpo tendido en el suelo, como si no entendiera lo que veía.
No podía ser real.
—¡Max! —grité otra vez, la voz rota, saliendo desde el centro del pecho.
Me arrodillé junto a él tan rápido, que sentí cómo las rodillas me dolían al chocar contra el mármol.
Lo tomé por los hombros y lo giré, tratando de ponerlo boca arriba.
Su cabeza cayó hacia un lado, inerte, y algo dentro de mí se desgarró.
—¡Maximiliano, mírame! —le pedí, dándole golpecitos suaves en la cara—. ¡Por favor, mírame!
Nada.
Solo ese silencio extraño que dejan los desmayos, el que te hace creer que el tiempo se rompió.
El padre de Max estaba gritándole a alguien que llamara a un médico.
Oí el sonido de un teléfono marcando, pasos apresurados, el crujido de los tacones de su madre acercándose.
Pero yo no los veía.
Solo lo veía a él.
Le toqué el rostro: estaba helado.
La piel pálida, los labios sin color.
—Dios mío… —susurré, temblando—. Por favor, no…