Capítulo 139. Visitas inesperadas.
Maximiliano Delacroix
El agua golpeaba el lavamanos como un aplauso lejano y constante.
Mi respiración era un ruido áspero que se mezclaba con el eco del baño.
Vomité otra vez, con el cuerpo encorvado, sintiendo cómo el ácido subía por la garganta hasta dejarme sin aire.
Me sostuve con ambas manos del mármol, frío e inquebrantable, lo único que parecía firme en medio del temblor que tenía dentro.
Me miré en el espejo.
La imagen que me devolvió no era la mía.
O sí, pero una versión distorsionada.
Pálido, con los ojos hundidos, los labios sin color.
El sudor me bajaba por la sien como si el cuerpo estuviera derritiéndose de cansancio.
Tragué saliva.
El sabor metálico me revolvió el estómago otra vez.
Cerré el grifo y me quedé mirando ese reflejo derrotado.
Así se ve un hombre cuando el cuerpo se rinde antes que la mente.
Eso pensé.
Porque yo me negaba a creer que estuviera enfermo.
No tenía tiempo para eso.
No podía darme el lujo.
Era solo cansancio.
Tenía que ser eso.
El estrés acumula