Capítulo 120. Sin posibilidades.

Adrián Soler

El aire del aeropuerto pesaba como plomo. Cada respiración era un recordatorio de que estaba atrapado, rodeado, con los ojos de todos encima de mí: policías que no sabían si intervenir, hombres de Delacroix que ya habían dejado claro que nadie se movería sin su permiso, y la mujer a mi lado, Luciana, que había perdido por un instante el brillo de seguridad con el que siempre se envolvía.

Pensé que eso sería lo peor, pero no. Lo peor era verlas a ella, a mi hija, abrazada al pecho de Amy, ambas encajando en el cuerpo de ese maldito Delacroix como si él fuera su refugio natural. Como si le pertenecieran desde siempre.

Sentí el nudo en la garganta endurecerse. El mundo parecía un escenario en el que yo había sido reducido al papel de villano, y ellos, los héroes, me estaban robando todo.

No podía permitirlo. No podía quedarme quieto viendo cómo me la arrancaban de los brazos.

Di un paso al frente, tragando la rabia y el miedo al mismo tiempo.

La voz me salió áspera, pero lo
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