Capítulo 119. El sentido de la palabra hogar.
Maximiliano Delacroix
El rugido de los motores del jet privado aún retumbaba en mis oídos cuando bajé el último escalón de la escalerilla. El aire olía a sal y a una mezcla áspera de mar cercano y metal caliente que siempre se cuela en los aeropuertos. Pero esa vez no lo sentí igual. Esa vez todo me parecía distinto, porque en algún lugar, a unos metros de allí, estaba mi pequeña Mía, la niña que me había enamorado y por eso la consideraba mi hija. La luz de nuestras vidas.
No sé cuántas veces repetí esas dos palabras en mi cabeza durante el vuelo. Cada segundo que pasaba, cada milla recorrida, era una daga clavándose más hondo. Pensar en su carita asustada, en sus lágrimas, en cómo la habrían arrancado de su madre, me encendía una furia que apenas podía contener.
Amy caminaba a mi lado. O más bien, se arrastraba con las fuerzas que le quedaban. Sus pasos eran rápidos, pero podía ver cómo temblaban sus piernas. Tenía los ojos hinchados, la piel pálida y unas ojeras profundas que parec