Capítulo 11. Encerrada entre lujos.

Amy Espinoza

Al final subí. El trayecto en la limusina fue una tortura envuelta en terciopelo. Todo en aquel vehículo gritaba lujo: el cuero negro de los asientos, la tenue luz que iluminaba como si estuviéramos dentro de un salón privado, la botella de champán descansando en un compartimento.

Sin embargo, nada de eso conseguía apaciguar el temblor que me subía por las manos hasta la garganta.

Me sentía atrapada en una contradicción. Por fuera, todo era comodidad y silencio. Por dentro, era un torbellino.

Mía, sentada junto a mí, miraba fascinada por la ventana polarizada. Cada vez que pasábamos junto a un edificio vistoso, soltaba una exclamación de asombro.

—Mami, ¿viste? —dijo con los ojos brillantes—. Parece un castillo de luces.

Sonreí, aunque esa sonrisa era más un acto de defensa que de alegría real. No podía cargarla con mis miedos. Ella no tenía la culpa de nada.

Pero mi mente no se detenía. ¿Quién estaba detrás de esto? ¿Quién había enviado una limusina negra, con hombres tr
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