—Señor Anderson, ¿es cierto que usted tiene un amante? —lanzan la primera pregunta.
—Todo ha sido un pésimo malentendido. Solo fui a auxiliar a alguien; por esa razón ingresé a ese hotel.
—¡Aseguran que usted no deja de ser mujeriego\! —habla otro periodista—. Dicen que usted no es viable para llevar las riendas de los Anderson. Que usted no está dispuesto a dar un heredero porque no deja su vida de soltero —ese comentario hizo que Damián empuñara sus manos; por más que intentaba estar sereno, las preguntas eran muy asfixiantes.
—Todo ha sido falso. Estoy casado y el manejo de la empresa Alpha Group Anderson es implacable. Estoy capacitado para llevar las riendas, los números son más que evidentes y por eso soy el mejor —responde con dureza, pero los paparazzis lo quieren sofocar, lo quieren acorralar para que dé un paso en falso y tener de qué hablar.
—Pero su romance con su amante, señor, eso no es digno de un caballero. Muchos dicen que usted no ha madurado lo suficiente y si su es