XXXII. UNA TONTA DECISIÓN, DOLOROSO FINAL

—¿Qué te dijo Leo? —preguntó Ángel cuando salíamos de la casa y nos dirigíamos a trabajar.

Bostecé casi a propósito, pero no pude evadir la pregunta, pues el silencio de mi hermano se prolongó hasta que di una respuesta.

—Nada —informé—, no le dejé hablar.

—¿Qué?, ¿por qué no? —cuestionó mientras ambos entrabamos al auto.

—Porque eran las dos de la mañana, yo tenía sueño y que trabajar en la mañana—excusé y mi hermano me miró con los ojos entrecerrados.

—¿Solo por eso? —preguntó, provocándome suspirar.

—¿Por qué preguntas lo que ya sabes? —refunfuñé apartando la vista y mirando a la ventana—. Sabes que no fue sólo eso —dije—. La verdad es qu

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