La niñera cerró el refrigerador con más fuerza de la necesaria. Frida estaba dormida frente al televisor. Brayan jugaba con un avión de juguete sobre la alfombra de diseñador que costaba más que un auto usado. La mansión era hermosa. Gigantesca. Impecable. Pero no tenía alma. Ni risa. Ni madre.
Sofía estaba sentada frente al ventanal, con una copa de vino y el rostro oculto tras unas gafas oscuras. A su alrededor, solo silencio, mármol y arte frío.
—Los niños necesitan algo más que dinero —dijo la niñera, cruzándose de brazos—. Te necesitan a ti.
—Usa la tarjeta. Llévalos al cine. Al acuario. Donde quieran —respondió Sofía, sin moverse.
—No se trata de llevarlos a pasear, Sofía. Están empezando a olvidarte. A acostumbrarse a no tenerte.
Sofía giró apenas el rostro. Sus labios estaban resecos. Sus ojos no parpadearon.
—Estoy organizando un viaje. A Disney. Una semana entera. Todo pagado. Todo cubierto. Tú te encargas. Yo no voy.
La niñera frunció el ceño.
—Deberías ir con ellos.
—No qu