Me costaba prestar atención a las novedades que me daba Baltar. Seguía sin tener el menor interés en la guerra, especialmente en vísperas de reunirme con mi hijo, pero no podía decírselo. Cada vez que me hablaban del norte, de estrategias, de logística, sentía con más intensidad que todo aquello que una vez fuera la razón y centro de mi vida carecía ahora de toda importancia.
Algo que se reñía con mi condición de Alfa, y que tendría que hallar la forma de remediar si pretendía seguir siéndolo. Y esa tarde me pregunté por primera vez si en verdad quería seguir cargando con semejante responsabilidad, y dedicar los próximos ciento cincuenta o doscientos años a ser el padre de la manada. Luchar y velar por el bienestar y la seguridad de todos, mientras la mitad de ellos disfrutaban una vida cómoda y tranquila en el Valle, porque