Dejé los aposentos de la reina sintiendo que la cabeza me daba vueltas, aturdida por aquella revelación. Por suerte los niños ya habían despertado y Briana se los había llevado a la guardería, y tuve una hora entera de soledad y silencio para poner en orden mis ideas.
Sentía en mí el efecto de haber bebido la sangre de la reina, la fuerza física, la claridad de discernimiento, la inestabilidad emocional. Sólo podía rezar para que no estuviéramos cometiendo un error irreparable, porque si en verdad debía beber todos esos viales, temía que el cambio interno pronto sería imposible de ocultar.
Mael no tardó en llamarme, preguntando dónde me hallaba y si estaba ocupada. Le respondí sin detenerme a pensarlo y un instante después, la garra helada, ponzoñosa del miedo me desgarraba el corazón. ¿Qué le diría? &iq