Mia intentó retroceder, pero la pared de piedra fría le impedía avanzar más. Sus dedos se aferraban a la humedad del muro, temblorosos, mientras los dos lobos se acercaban lentamente con miradas lascivas y crueles. El primero, más alto, de ojos amarillentos, la miraba como si ya la hubiera devorado. El otro, con una cicatriz que le cruzaba la mejilla, mostró sus colmillos al hablar.
—Vas a gritar, zorra. Y yo voy a disfrutar cada segundo —mencionó uno de ellos.
Mia tragó saliva. El aire se espesaba. Intentó transformarse, llamar a su loba, pero apenas comenzó a canalizar el cambio, una garra afilada se cerró brutalmente en su cuello. El más alto la había alcanzado.
—¿Crees que puedes convertirte?—gruñó cerca de su rostro—. Eres una maldita colmillo. ¡Tu cuerpo merece arder! ¿De verdad crees que mi alfa te va a dar la oportunidad de vivir... después de que tu asqueroso alfa asesinó a nuestra luna?
Mia forcejeó, intentando tomar aire. Su cuerpo se retorcía, luchando por liberar su cuell