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El astil del fuego se incorporó encendido y con la misma dulzura con la que le hablaba caminé hacia él, para empujarlo suavemente por los hombros y obligarlo a permanecer sentado. El resto de los astiles y mi esposo me observaban desbordados por la sorpresa y el espanto, sin embargo, ninguno se atrevió a interrumpirme.

—Mi tío también me enseñó a no dejar que los rencores personales intervinieran en los asuntos de la corona, ya que mi principal deber es el de velar por el pueblo —continué—. Así que, aunque él no les agrade, deberían aceptar que su ayuda sería beneficiosa para los más necesitados.

—Preferiría cederle el paso a Éhiel— declaró el astil del fuego.

Todas las miradas se concentraron en el rostro burbujeante del nombre, que se aferraba testarudamente a su orgullo, superando incluso al mío.

—Por muchos años me he preguntado cual sería el motivo por el cual me odiaba tanto— le confesé al pelirrojo directamente—. Yo hice lo mismo que ustedes cuando el usurpador tomó estas tierr
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