Helena quiso llorar. Todo su esfuerzo se fue a la basura.
Una vez que convenció a Freya, recibió la visita de los Smith. La pareja se había presentado personalmente a la mansión.
Nora, madre de Freya, entre el llanto abrazó y besó a su hija. Gritó justicia para su princesa. En cambio, Artur, padre de Freya, se mantuvo callado; sus ojos analizaron el entorno, sumergido en sus propios pensamientos.
La pareja era muy distinta entre sí, la señora Nora no era muy agraciada, pero Artur se vio muy joven a su lado. Helena entendió de dónde había sacado sus atributos, la señorita Freya.
Cabello lacio castaño, piel bronceada saludable y la mayoría de las facciones finas, vino de su padre. Su madre solo le había dado el color de sus ojos.
―Gracias por salvar a mi hija ―dijo Artur, con una tranquilidad inquietante―. Pero quiero que envíen a ese hombre a mi mansión.
―¿Para qué necesita a ese guardaespaldas? ―cuestionó Gloria con calma.
Helena sintió escalofríos ante lo que se estaba