La ira de Helena se desinfló en segundos.
Se desorientó ante la dócil declaración de Russell.
Él se dio cuenta de lo que dijo y aclaró su garganta.
Metió las manos en los bolsillos de su pantalón, una para dormir con estampas de cuadros rojos, y giró su cabeza hacia otro lado.
Se topó con Ulises.
El chico le miró con ojos brillantes, tenía una sonrisita traviesa que trató de ocultar apretando los labios con todas sus fuerzas.
Russell se sintió demasiado expuesto.
―¿Qué haces aquí? ―Russell le cuestionó con el ceño fruncido.
―Perdón, me retiro ―dijo el chico, sin poder dominar su pequeña sonrisa.
Helena despertó de su aturdimiento. Tarde, se dio cuenta de la presencia del joven Beta en retirada.
―No, espera ―ordenó Russell―. Trae las cosas de Helena y colócalas en la habitación de enfrente.
―¡¿Perdón?! ―Helena gritó con asombro―. ¿Con permiso de quién?
―El mío ―dijo Russell, con la ya familiar actitud indiferente.
Helena se percató de que él regresó a la normalidad, como si aquel hombr