Helena se sintió un poco complicada.
El buen humor de Linda cambió de golpe. Había dejado de ver con gran respeto a su yerno.
Helena notó el cambio y, en silencio, calmó a su madre dándole suaves apretones en la mano.
―Mamá ―murmuró Helena―, no pierdas la paz. Mantengamos las apariencias.
Los ojos de Helena estaban cargados de un significado. Su madre no estaba contenta, pero se contuvo de hacer cualquier escándalo.
Se consoló con la idea de que todo aquello sería pasajero.
Con aquel ambiente lúgubre llegaron a un edificio de apartamentos lujosos. Ulises la esperó en el vestíbulo con una gran sonrisa.
―Me alegra verla de nuevo, señora. Ah, señora García. ―Saludó a su madre y le extendió la mano.
Linda aceptó el saludo con una cara seria.
―Guíanos ―dijo Helena.
―Discúlpeme, el señor Russell solo desea verla a usted ―comentó Ulises muy avergonzado.
Linda estaba por explotar, pero Helena sostuvo el brazo de su madre y le rogó con la mirada que no dijera nada.
Su madre se ofendió.
―Mamá,