Helena se había despertado con gran hambre.
Buscó devorar todo en su casa, y no solo eso, el lívido lo tenía por las nubes.
Envió varios mensajes a su jefe/marido, le preguntó qué había pasado. El muy maldito se limitó a decir que falló en la prueba del sabueso. Claro, respondió horas después, cuando el señorito se dignó a escribir.
Helena deseó ah0rcarlo.
Luego de devorar toda la comida y atenderse sola hasta saciarse, pasó un par de días durmiendo profundamente. Incluso su madre se preocupó, pero Helena volvió a la normalidad después del descanso.
Luego de ese extraño episodio, ella entró a la oficina de su padre. Le dio consuelo el revisar las notas de su papá y sacudir el polvo de los muebles.
Ahí se sintió útil.
Su olfato se volvió más sensible. Percibió ciertos olores que no notó antes. Fue en toda la casa y en sí misma; con el olor a vainilla. Pero hubo otro en la oficina, que le fue muy familiar, y provino del librero.
Revisó cada libro, los hojeó de forma superficial, pero no