La puerta de la oficina se abrió de golpe.
―¡¿Señor se encuentra bien?! ―dijo Ulises que corrió a auxiliar una vez que escuchó el ruido.
―Atrás ―ordenó―. Sin movimientos bruscos, trae un calmante. ―Ulises acató la orden.
Russell se mantuvo quieto, sin perder el contacto visual con Helena, que había sacado a flote su naturaleza salvaje.
Aquella que su raza había obligado a ocultar para sobrevivir por años entre humanos.
Él sabía lo peligroso que era invocar aquella naturaleza sin un ambiente controlado con las personas correctas. Pues algunos se transformaron de forma permanente u otros enloquecieron por el resto de sus vidas.
Esperó cualquier movimiento, pero ella se dedicó a olfatear el aire con los ojos cerrados por el placer. Se acercó a él, gateó a ciegas.
Russell sabía que Helena nunca se había despertado, gracias a los informes casuales que recibió desde que los dos se habían comprometido.
Por lo que ser el único testigo de su primera transformación, le resultó... excitante.
Hel