El olor a polvo y papel antiguo inundaba la biblioteca municipal de Robledal. Nerea había pasado las últimas tres horas entre estanterías de madera oscura, rodeada de tomos que nadie consultaba en años. La marca en su muñeca —aquella espiral con la luna creciente— ardía intermitentemente, como si supiera que estaba buscando respuestas sobre ella.
—Tiene que haber algo —murmuró, pasando las páginas amarillentas de "Mitología Europea: Símbolos Olvidados".
La bibliotecaria, una mujer de unos setenta años con gafas de media luna, la observaba con curiosidad desde su mostrador. Nerea había solicitado acceso a la sección de manuscritos restringidos, alegando una investigación fotográfica sobre simbolismo antiguo. Una mentira a medias.
Finalmente, en un manuscrito titulado "Las Lunas y Los Hijos de la Noche", encontró algo que le heló la sangre.
"*La marca de la Luna Creciente dentro de la espiral representa a la Elegida, aquella cuya sangre despertará al Alfa Supremo. Las mujeres marcadas son raras, nacen una cada generación en linajes específicos. Su destino está sellado desde el nacimiento: ser sacrificadas bajo la Luna de Sangre para completar el ritual de Ascensión.*"
Nerea cerró el libro de golpe. Su respiración se aceleró mientras las piezas encajaban con terrible precisión. Las desapariciones de las mujeres de su familia, siempre a los veinticinco años, siempre en luna llena. No eran coincidencias ni una maldición abstracta. Eran sacrificios.
—Señorita, cerramos en diez minutos —anunció la bibliotecaria.
Nerea asintió distraídamente mientras fotografiaba las páginas con su móvil. Necesitaba estudiar esto en casa, con calma.
Al salir, el frío de la noche la envolvió como una mortaja. Las farolas proyectaban sombras alargadas sobre las aceras desiertas. Robledal, siempre tranquilo después del anochecer, parecía especialmente siniestro esa noche.
No notó que la seguían hasta que escuchó un gruñido.
Se detuvo en seco. A unos veinte metros, una figura masculina bloqueaba la acera. Demasiado grande para ser un hombre normal. Sus ojos reflejaban la luz de las farolas con un brillo amarillento antinatural.
—La Marcada —dijo con voz ronca, casi inhumana—. Puedo oler tu sangre desde aquí.
Nerea retrocedió lentamente. Su instinto le gritaba que corriera, pero algo le decía que sería inútil. Este no era un asaltante común.
—No sé de qué hablas —respondió, buscando con la mano en su bolso el spray de pimienta.
El hombre sonrió, mostrando dientes demasiado afilados.
—Perteneces al clan Drakov. Tu sangre es suya... pero esta noche será mía.
Se abalanzó hacia ella con una velocidad imposible. Nerea apenas tuvo tiempo de gritar antes de que una sombra masiva surgiera de la oscuridad, interceptando al atacante en pleno vuelo.
El impacto fue brutal. Ambas figuras rodaron por el suelo en un remolino de gruñidos y golpes. Nerea retrocedió hasta chocar contra una pared, paralizada por el terror y la fascinación. No eran hombres luchando. Eran bestias con forma humana.
Reconoció a su salvador al instante: Aleksei. Pero ahora parecía diferente. Sus movimientos eran fluidos, letales, y sus ojos brillaban con un azul glacial en la oscuridad. Cuando sujetó a su oponente por el cuello, sus dedos parecían terminar en garras.
—Ella está bajo mi protección —rugió Aleksei—. Vuelve con tu alfa y dile que la Marcada pertenece a la Sombra de Plata.
El atacante escupió sangre.
—Los Colmillos Rojos reclamamos a la Elegida. Tu tiempo ha pasado, Drakov.
Aleksei apretó más fuerte, y Nerea escuchó el crujido de huesos.
—Tu vida termina aquí si no te marchas.
Algo en la voz de Aleksei, una autoridad primitiva, hizo que el otro hombre se estremeciera. Cuando lo soltó, el atacante se alejó cojeando, desapareciendo en las sombras.
El silencio que siguió fue absoluto. Nerea temblaba, incapaz de procesar lo que acababa de presenciar. Aleksei se acercó lentamente, como si temiera asustarla más.
—¿Estás herida? —preguntó, su voz nuevamente humana.
—¿Qué eres? —susurró ella—. ¿Qué son ustedes?
Aleksei la miró fijamente. La tensión entre ellos era palpable, una mezcla de miedo, fascinación y algo más profundo que Nerea no quería nombrar.
—Creo que ya lo sabes —respondió él—. Lo has estado investigando, ¿no es así?
Nerea asintió lentamente, incapaz de mentir.
—Hombres lobo —murmuró, sintiéndose ridícula al pronunciar la palabra en voz alta—. Pero eso es imposible.
—Tan imposible como la marca que llevas en tu muñeca —señaló él—. Tan imposible como la maldición que ha perseguido a las mujeres de tu familia durante generaciones.
Un escalofrío recorrió la espalda de Nerea. A pesar del miedo, sentía una extraña conexión con este hombre... esta criatura. Como si una parte de ella lo hubiera estado esperando toda su vida.
—¿Por qué me proteges? —preguntó—. Si soy un sacrificio para ti, ¿por qué no dejar que me lleven?
Aleksei dio un paso más hacia ella. La luz de la farola iluminaba su rostro, revelando una expresión de conflicto interno.
—Porque eres mía —respondió con una intensidad que la estremeció—. Mi manada, mi ritual, mi destino.
Se detuvo frente a ella, tan cerca que Nerea podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo.
—Me llamo Aleksei Drakov, Alfa de la Sombra de Plata —se presentó formalmente—. Y tú, Nerea Cruz, has sido marcada para mí desde antes de tu nacimiento.
Nerea quería retroceder, pero su cuerpo se negaba a obedecerla. Algo en ella respondía a su presencia, como si reconociera una parte perdida de sí misma.
—No seré sacrificada —afirmó con toda la convicción que pudo reunir—. No soy propiedad de nadie.
Aleksei sonrió, una sonrisa que mezclaba admiración y peligro.
—La próxima luna llena es en dos semanas —dijo, rozando con sus dedos la marca en la muñeca de Nerea—. Ese día, deberás decidir si me sigues voluntariamente... o te arranco la Marca para siempre.
Sus ojos brillaron con un destello sobrenatural.
—Pero te advierto, Nerea Cruz: arrancar la Marca significa arrancar una parte de tu alma. Y ninguno de los dos sobreviviría a eso.
Se alejó, fundiéndose con las sombras tan rápidamente como había aparecido, dejando a Nerea con el corazón desbocado y una certeza aterradora: su vida nunca volvería a ser la misma.