El frío fue lo primero que sintió Nerea al abrir los ojos. Un frío que se colaba por cada poro de su piel, a pesar de la manta que la cubría. La luz entraba a cuentagotas por las rendijas de una ventana con cortinas desgastadas. Parpadeó varias veces, intentando ubicarse. No era su apartamento. No era ningún lugar que conociera.Se incorporó de golpe, y el mareo la obligó a sujetarse a los bordes de lo que parecía una cama rústica. Estaba en una cabaña. Madera por todas partes, una chimenea apagada, muebles antiguos. El olor a pino y tierra húmeda impregnaba el ambiente.Los recuerdos llegaron como fragmentos de un sueño febril: Aleksei, sus ojos cambiando de color, aquella sensación de calor en su clavícula, y después... nada. Un vacío absoluto.—No, no, no... —murmuró, palpándose el cuerpo en busca de heridas.Estaba intacta, pero su ropa había sido cambiada. Ahora llevaba un suéter grande, que olía a él. A bosque y a algo salvaje que no podía nombrar.Se levantó tambaleante y corri
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