—¿Se puede saber qué estás haciendo?
—Intentando darle un poco de color a mi vida. Me han dicho que uso demasiado negro —respondí sin apartar la vista de mis uñas recién pintadas. Dejé la brocha dentro del pomo de esmalte rojo sangre y soplé con delicadeza sobre los dedos, disfrutando del leve ardor del alcohol en la cutícula.
—¿Quieres una copa? Saqué una para ti —añadí, señalando con la cabeza hacia mi derecha, donde una copa de cristal reposaba junto a una botella de vino abierta, ambas atrapando la luz del atardecer como si destilaran sangre.
Kael me miraba desde el borde del claro. Su silueta recortada por las sombras parecía un augurio. Una advertencia. Sus ojos, grises como la tormenta que siempre parecía seguirnos, se clavaban en mí con una mezcla de decepción y furia contenida.
—No sabes con quién te estás metiendo.
—Creo que tengo una idea bastante clara —repliqué, recostándome en la vieja silla del porche con un suspiro exagerado, como si su presencia no me agitara por dentr