—¿Dónde has estado? Te llamé varias veces.
—Lo sé, estuve… ocupada.
—Me hacías falta.
—Lo sé, perdóname. Simplemente no podía verlo pasar de nuevo.
—¿La boda?
Amyra asintió, con la mirada fija en el suelo, como si las palabras le pesaran en la lengua.
—¿Es verdad que ella tampoco quería casarse?
Amyra se dejó caer en el sofá a mi lado. Apoyó la espalda contra el respaldo, cerró los ojos un instante y luego echó la cabeza hacia atrás, exhalando lentamente.
—Tu madre amaba su libertad —dijo con voz baja, como si hablara con un recuerdo lejano—. Cuando nos conocimos, mi gente aún vivía en estas tierras. Se suponía que debíamos ser enemigos mortales. Yo siempre tuve problemas con los míos, y para entonces, los humanos empezaban a escasear por aquí. Yo creía que debíamos parar de matarlos antes de llamar la atención de los cazadores. Ellos no estaban de acuerdo. Se cansaron de que me metiera en medio y arruinara la fiesta. Me llevaron a una cueva, me ataron con cadenas de hierro y me deja