El viento soplaba con fuerza, arrastrando consigo el olor rancio de la casucha. A lo lejos, el cielo plomizo amenazaba con desgarrarse en una tormenta, mientras los gritos y quejidos que provenían del interior se mezclaban con el silbido áspero del aire entre las tablas mal clavadas.
—No… no —lo empujé con fuerza, sintiendo el calor de su pecho desvanecerse cuando dio un paso atrás.
Kael me miró con los ojos abiertos, incrédulos, como si no entendiera cómo me atrevía a apartarlo. Sus labios se entreabrieron, pero no alcanzó a responder; los lamentos desde dentro de la casucha se intensificaron, como si supieran que alguien discutía afuera.
—¡Vámonos! —me tomó de la mano, tirando de mí con un gesto brusco que hizo que mis hombros se tensaran.
—No —repetí, soltándome con un tirón seco.
—No puedes estar aquí.
—Este es mi trabajo ahora —contesté, con la voz firme aunque sentía el corazón martilleándome el pecho.
—Nyra…
—Tu madre me ha ordenado cuidar de ese hombre —señalé la puerta oscu