Me trenzaron el pelo y me pusieron un largo vestido blanco de algodón. Lo ciñeron a mi cintura con una cinta blanca y me entregaron un ramillete de lirios y azucenas.
—Estás lista —dijo la vieja delgada, que lucía conmovida al mirarme frente al espejo.
Yo misma luchaba por encontrarme en el reflejo. Nunca fue mi sueño verme vestida de novia, pero las pocas veces que lo imaginé, jamás creí que sería por algo que no fuera amor.
De repente, la casa se volvió silenciosa. Las tres señoras que habían estado asistiendo a la vieja loba desaparecieron súbitamente y, por un minuto, me quedé sola en la habitación.
Pensé en escapar, en zafarme de todo aquello, y por un momento seguí el impulso y corrí hacia la puerta. Pero ella me cortó el paso.
—La historia tiene su manera de repetirse una y otra vez, hasta que los personajes entienden su misión y son capaces de cumplir el destino que los dioses han escogido para ellos.
—¿Qué dices?
Sonrió fugazmente. De entre sus dedos dejó colgar una cadena d