El vapor flotaba en el aire como una neblina densa, cargada con el suave aroma a rosas e incienso. Mis párpados cerrados descansaban, pesados, mientras el agua tibia acariciaba mi piel sumergida. Tenía la cabeza recostada contra el borde de la bañera y el cabello húmedo pegado a mi nuca.
Entonces, lo oí.
Un golpe. Seco. No fuerte, pero lo suficientemente fuera de lugar como para que mi cuerpo se tensara al instante. Abrí los ojos lentamente, conteniendo el aliento. Escuché de nuevo: otro golpe, esta vez acompañado de un ruido hueco, como algo de madera rebotando en el suelo.
Me incorporé de golpe, el agua agitándose alrededor de mí, formando ondas que salpicaron el borde de la bañera. Agucé el oído. Silencio.
—¿Hola? —pregunté al vacío, mi voz resonando débilmente entre las paredes del baño.
Nada. Solo el zumbido lejano del viento rozando los cristales de las ventanas.
Pero entonces, otro sonido. Más claro. Un rechinar. Una carrera apresurada. Algo o alguien se movía en la casa.
Mi