Lobo Blanco capítulo XIX.
Mis patas golpeaban la tierra con urgencia, y el aire frío del bosque me abrió los pulmones como cuchillas. Corrí hacia el Norte, hacia el lugar que juré no volver a pisar, donde solo quedaban las cenizas de lo que una vez fue mi manada.
El humo ya no estaba, pero el olor persistía, impregnado en las piedras negras y en la tierra seca. Allí, en medio de las ruinas, el aire vibró, y la voz de la Gran Madre me envolvió como un trueno que nace de las nubes.
—Alderik. —me llamó con una fuerza que me hizo inclinar la cabeza y pegar el hocico contra el suelo—. Ya has alargado tu tiempo, ahora escucha lo que tengo que decir.
Mi pecho ardía, pero permanecí inmóvil.
—Los Alfas han olvidado. —su voz se volvió un eco áspero que parecía surgir de cada piedra rota—. Han despreciado los lazos que Yo misma tracé, han tomado más de una Luna, han roto las promesas que mantenían el equilibrio. Y Yo… Yo he escuchado el clamor de las verdaderas compañeras. He sentido sus lágrimas, su soledad, sus