Capítulo 61.
Un destello gris cruzó el cielo, batiendo las alas como si el viento fuera un juego solo suyo. Cleo volaba tan rápido que las ramas crujían a su paso, rumbo al acantilado que marcaba el límite del bosque. Detrás, un lobo enorme y negro corría como una sombra viva, la respiración caliente formando nubes en el aire frío. Bajo su barbilla, un pequeño mechón blanco se agitaba con cada salto, una chispa de luz en medio de su pelaje oscuro.
El bosque los acompañaba en silencio. Las raíces traicioneras asomaban de la tierra húmeda y los agujeros de los conejos, recién despiertos tras el largo invierno, se abrían como pequeñas trampas. La nieve se derretía en charcos brillantes, dejando escapar el olor fresco de la tierra que volvía a respirar. Aun así, ninguno de los dos se detenía; sus cuerpos conocían cada piedra, cada curva, como si el bosque fuera una extensión de ellos mismos.
Al llegar al borde del acantilado, la loba clavó las garras en la roca y frenó de golpe. El corazón le latí