Capítulo 57.
Nuestra carta solo eran palabras de amor de nuestros padres.
Escuchamos al Lobo Blanco gruñir apenas terminó de leer la carta que Cleo le había entregado.
Su expresión pasó de la calma habitual a una mezcla entre fastidio y pura incredulidad.
—¿Acaso tengo cara de niñera o mi territorio parece un campamento para cachorros? —bufó, las orejas hacia atrás.
Volvió a gruñir y a mascullar palabras ininteligibles que sonaron sospechosamente a maldiciones.
Parpadeé, confundida.
—¿Qué…? ¿De qué hablas?
Él solo volvió a ver su carta, como si quemara.
—Léela tú misma.
Me separé de Cleo para mirar esa carta.
Las letras, escritas con el sello de los Supremos, —una idea que se le ocurrió a mi mamá y que consistía básicamente en el dibujo de un par de marcas hechas por garras — eran un tanto descuidadas. Señal de que había sido papá quien la escribió.
No tardé en entender por qué el Lobo Blanco parecía a punto de arrancarse el pelaje.
Los Supremos habían decidido que las razones que él mismo había d