Clara

No entendía nada.

El pecho me ardía como si me hubieran llenado de brasas. Las palabras de esa mujer, Fernanda, rebotaban en mi cabeza una y otra vez. Secuestrada. Otra línea temporal. Padres que nunca me abandonaron.

No quería creerlo. No podía.

Sentía a Rowan a mi lado, su calor rodeándome, sus brazos como una muralla. Si no fuera por él, me habría derrumbado.

—¿Cómo llegamos aquí? —pregunté al fin, la voz temblándome más de lo que me habría gustado. Era la primera pregunta que salió de mis labios, un intento torpe de escapar de todo lo demás.

El ángel me miró. Sus ojos azules eran intensos, demasiado claros, demasiado certeros.

—Este es nuestro punto neutro —respondió, con una voz profunda que me atravesó los huesos—. Pero cómo llegamos aquí… no tengo ni idea.

Cordelia, la Muerte misma, clavó sus ojos grises en mí. Había ternura en ellos, aunque dolía mirarla demasiado tiempo.

—Fue tu luz la que nos salvó.

Tragué saliva.

—¿Mi luz? —pregunté, confundida, negando con la cabeza—.