Capítulo 34: Eloísa y Álvaro, una grieta peligrosa.
La mansión de Eloísa Restrepo de Castaño se mantenía en una inquietante penumbra, incluso en pleno día. Las cortinas gruesas filtraban la luz del sol como si hasta la claridad fuese un riesgo. Todo dentro olía a rosas secas, a control y a secretos añejos. En el salón principal, la chimenea encendida no era por el clima, sino por estrategia: a Eloísa le gustaba ver cómo el fuego devoraba la madera lentamente, como si pudiera proyectar en él los hilos que aún movía.
Pero ese día, algo era distinto.
Álvaro Serrano entró sin anunciarse. Vestía un traje azul marino, la corbata suelta y el gesto endurecido. No traía su sonrisa pública ni sus frases enlatadas de campaña. Estaba molesto. Y Eloísa lo sabía.
—Te pedí discreción —dijo ella sin levantarse del sillón—. Hay cámaras por todas partes.
—Y tú me expusiste —replicó él, con voz baja pero cargada de furia—. Sabías que esa entrevista iba a incendiar el escenario. ¿No se te ocurrió pensar que también me salpicaría?
Eloísa giró lentamente su